Ciclo A
Homilía del 24 de sept.
Is 55, 6-9; Sal 144, 2-3. 8-9. 17-18; Filipenses 1, 20c-24. 27a; Mateo 20, 1-16
Desde que hemos sido unos niños nos han inculcado nuestros padres el valor al trabajo, en la escuela, inclusive, se nos incentiva a que tengamos buenas calificaciones, entremos a una buena carrera y, en el futuro tendremos un buen trabajo. En algunas ocasiones, cuando conocemos a gente exitosa y adinerada, podemos encontrar en su historia personal una disciplina y dedicación al trabajo. Es verdad que el trabajo dignifica al hombre y, es sagrado en tanto que invierto mi fuerza para llevar un pan a la mesa, pan que es fruto de la tierra y del trabajo del hombre.
Sin embargo, también podemos encontrar que existen sistemas políticos y económicos que suelen ser muy injustos, en ocasiones el pago que recibimos por nuestro trabajo en realidad no representa la fuerza de trabajo que invertimos en nuestro empleo. Ya Karl Marx, en el siglo XIX, sostendrá un discurso filosófico para la correcta distribución de los bienes y la correcta valorización de la fuerza de trabajo. En pleno siglo XXI nos encontramos en un mundo donde podemos enjuiciar a los pobres porque “no estudiaron”, “son flojos, no trabajan”; siendo un poco más críticos podríamos entender que existe una problemática polifacética de la desigualdad económica.
El evangelio de hoy nos pone de manifiesto una situación paradójica que rompe con la lógica humana, incluso, rompe un poco con las ideas esbozadas anteriormente. Nos menciona que “El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña”. Hasta aquí podemos entender que el dueño de la viña (Dios) ajustó con sus trabajadores un pago de un denario por trabajar una jornada completa, no es difícil entender que el trabajador tiene derecho a su salario. También es importante resaltar que el texto del Evangelio nos menciona que el propietario (Dios) es quien sale a buscar a sus trabajadores.
El texto menciona que el propietario salió a diferentes horas del día (media mañana, medio día y media tarde) con la aseveración “Vayan también ustedes a mi viña y les pagaré lo debido”. Además, el texto narra que salió una última vez “[…] al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: ¿cómo es que están aquí ustedes el día entero sin trabajar? Le respondieron: Nadie nos ha contratado. Él les dijo: vayan también ustedes a mi viña”. En realidad, no sabemos que sucedió con estos últimos, el texto solo dice que respondieron “nadie nos ha contratado”, posiblemente salieron de casa tarde, tal vez no se esfuerzan lo suficiente o, simplemente no tuvieron buena fortuna, pero en realidad no lo sabemos, y en el desenlace del texto al dueño de la viña tampoco le interesa.
No le interesa porque podríamos suponer, bajo una lógica muy humana que en realidad les pagará menos, o que la justicia será dividir un denario entre las horas completa de la jornada, los únicos que tendrán derecho al denario completo serán los que llegaron desde temprano.
El texto dice que cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: “Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros”. ¿Cómo puede ser esto? ¿será que no tenemos un Dios justo? Así lo podemos ver los hombres, pues los que habían trabajado toda la hora vinieron a reclamar “Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno.” Desde la lógica humana vemos que a veces la sociedad se maneja así, conocemos personas que trabajan poco pero que les va muy bien, personas que tienen muchos vienes porque los heredaron, tuvieron suerte en su negocio o, simplemente, porque algún pariente los acomodó en algún trabajo de prestigio y, lo peor, a nuestros ojos pueden ser personas que ni siquiera tienen una buena conducta.
La lógica de Dios no es como la nuestra, podemos ver que el dueño de la viña no parece, primero, estar concentrado en la urgencia de la cosecha, antes bien, piensa en la necesidad de los trabajadores, ellos le dijeron “nadie nos ha contratado”. Vemos pues un Dios que sale al encuentro de quien lo necesita, desde los que salen temprano hasta los que salen tarde o, no han sido contratados. No tenemos un Dios al que le guste obtener beneficio personal, sino en la vulnerabilidad de la persona, como fue el caso de estos últimos. La contratación nos muestra la gracia de Dios, es un momento de auxilio, es Dios que viene a rescatarme en mi vulnerabilidad.
Pensemos el mundo que Dios nos ha dado, y podemos disfrutar de él, cuántas veces hemos tocado fondo y el Señor ha estado con nosotros “[…] el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas”. Es cierto que no siempre estamos atravesando buenos momentos; tal vez podemos tener momentos de crisis económica, de angustia, de amor, etc. Pero el Señor ha sido bueno con nosotros, tal vez con el que está mi lado me ha auxiliado, con los gestos de amor, con un nuevo empleo, con el amor de los hijos, etc. Vale la pena que nos pongamos a pensar que, incluso, en los momentos de crisis el Señor ha estado con nosotros, y ante la desesperación nos ha pagado también el denario completo.
La lógica de Dios es así, es la lógica de su Reino, un Reino en el que todos estamos llamados a ser felices, un Reino en el que por más que caigamos y hagamos las cosas mal, Dios nos verá con misericordia y no nos dejará de lado; antes bien, nos rescata y nos tratará como un trabajador responsable a pesar de nuestras insuficiencias o de nuestra mala fortuna. Esto implica que cuando tenemos una vida justa delante de Dios, dejemos que actúe en la madurez de nuestra fe, reconociendo que los demás son dignos de dones como yo, recordando que los designios de Dios no los conocemos “Cuanto dista el cielo de la tierra, así distan mis caminos de los vuestros, y mis planes de vuestros planes”. Dios tiene su lógica y solo abriendo el corazón podemos entenderla no con la razón, sino con un corazón de misericordia.
Los trabajadores que llegaron desde temprano, según el texto, le reclaman al dueño de la viña porque pagó igual a los demás trabajadores, siendo que ellos trabajaron más horas; no comprenden la lógica del propietario, su corazón se llena de envidia y por eso se afirma en el texto “Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos”.
El apóstol Pablo logró un desapego a la vida terrena tan grande que su mayor anhelo era estar con el Señor, poder estar en su presencia, en la plenitud de su Reino, por eso afirma en la segunda lectura “Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia”. Dejemos pues que el Señor infunda misericordia en todos, incluso en los que a nuestros ojos parecen no merecerla, metámonos en la lógica del Señor como Pablo, buscando no los bienes de este mundo sino los del Reino, alegrándonos por lo que les pueda suceder a los demás, por como Dios paga a los demás eso a mí ya no me importa, pues lo gané todo en Cristo.
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