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I Domingo de Cuaresma

Ciclo B

Homilía 18 de febrero de 2024

Gén 9, 8-15; Sal 24; 1 Pe 3, 18-22; Mc 1, 12-15.

Manuel Hernández Rivera  


“Lo impulsó al desierto”


Dios no se cansa de salir a nuestro encuentro y siempre nos da una nueva oportunidad para volver nuestro corazón hacia él. La Iglesia testimonia esta verdad y nos ofrece el tiempo de Cuaresma como un tiempo de gracia y de conversión; tiempo que es “el ahora de Dios” para nuestra salvación y cuyo regalo requiere una actitud de conversión que no es más que orientar toda nuestra vida hacia al Dios que nos invita a la comunión.


​ Hemos iniciado el tiempo de cuaresma con el signo penitencial de la ceniza para recordar que necesitamos de Dios; somos sus hijos, creaturas frágiles, conscientes de nuestro pecado pero con la esperanza de una vida mejor. Hemos sido marcados con la cruz para subrayar nuestro compromiso de conversión mientras caminamos hacia nuestra liberación porque este tiempo es ¡ya, el inicio de nuestra salvación!.





​Caminamos hacia la Pascua para profundizar sobre el misterio pascual de Cristo, misterio central de nuestra fe, donde el pecado y la muerte ya no tienen la última palabra en el drama de la vida humana sino que la muerte engendra la vida y paradójicamente el camino del amor verdadero pasa por una cruz redentora. Cristo se convierte en nuestra pascua y en él se nos ofrece una vida nueva.


Mientras caminamos hacia la Pascua, Dios nos invita a entrar al desierto para hablarnos directamente al corazón (Os 2, 15). Así como “el Espíritu impulsó a Jesús a retirarse al desierto”, así también nosotros somos conducidos por el mismo Espíritu al desierto de la intimidad para el encuentro con el Señor.


En este sentido, el desierto se convierte en el lugar teológico del encuentro, del discernimiento y de la prueba; es el lugar para hacer silencio interior y escuchar de entre todas las voces, la voz de Dios. Y ahí, en el interior, Dios nos invita a redescubrir lo esencial de nuestra vida, “nos descubre sus caminos y nos recuerda que eternos son su amor y su misericordia”. Nos invita al silencio en medio de tanto ruido y actividades estresantes, nos invita a la pausa de un ritmo veloz que nos hace vivir en la superficialidad; nos invita a detenernos y entrar.


​Sin embargo, en el desierto también se hace presente Satanás, el adversario y enemigo, quien está dispuesto a alejarnos del proyecto de Dios y su invitación a vivir una vida fecunda y plena. El adversario quiere lo contrario, una vida egoísta, aislada e insatisfecha.Por esta razón, la Iglesia nos recuerda en este primer domingo de Cuaresma que Jesús, siendo verdadero hombre, no estuvo exento de las tentaciones de la vida y que en él nosotros también podemos vencer. En varias ocasiones Jesús tuvo la tentación de escoger una vía distinta de la voluntad del Padre, elegir entre un mesianismo davídico-militar o mesianismo de siervo sufriente; entre la fama de sus milagros o el deseo de sanar por amor; entre el poder de ser Hijo de Dios o caminar como verdadero hombre para mostrarnos el camino de nuestra verdadera humanidad.





​Jesús fue tentado, pero no hizo caso al tentador; también fue invitado al pecado pero prefirió escuchar la voz del Padre. San Marcos nos dice que “permaneció cuarenta días en el desierto y fue tentado por Satanás”. Si bien, el evangelista no narra a detalle las tentaciones como Mateo y Lucas, deja en claro el triunfo de Jesús ante el pecado ya quehabía armonía entre la creación y él al grado de vivir entre los animales salvajes quienes no le hacían daño, y entre Dios y él porque los ángeles le servían.


​Del mismo modo, nosotros somos llamados a ser fuertes ante la prueba, ante aquellas dinámicas de pecado que van empobreciendo nuestra vida y nuestra relación con Dios y los demás. Jesús nos invita a levantarnos una vez más, afinar nuestro corazón y comenzar el camino de nuestra liberación. ¡Este es un tiempo de gracia! ¡La Cuaresma es un tiempo de conversión!


​Una vez fortalecido en la prueba y después de que arrestaron a Juan el Bautista, Jesús no se detiene y comienza a predicar el Evangelio: “se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Conviértanse y crean en el evangelio”. Jesús hace presente el Reino con sus palabras y acciones; solo pide conversión y acoger el evangelio.


Este tiempo propicio ya acontece y Jesús solo hace evidente aquella alianza que Dios estableció con Noé y sus hijos: “No volveré a exterminar la vida. No volverán las aguas del diluvio a destruir la vida”. Con su predicación, Jesús recuerda la alianza misericordiosa del Dios que ama a su creación y le da una nueva oportunidad, pero espera una respuesta sincera y clara de parte del hombre: la conversión, es decir, la orientación completa de la vida hacia Dios.


Cuaresma, tiempo de gracia y conversión.


Cuaresma, tiempo de entrar al desierto y escuchar al Dios que habla directo a nuestro corazón.

Cuaresma camino hacia una vida nueva impulsada por el Espíritu.


Pidamos al Señor su Espíritu para salir victoriosos en las tentaciones de nuestra viday pidamos su gracia para celebrar con fe los misterios de nuestra redención.




 
 
 

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