Ciclo A.
Homilía 17 de septiembre de 2023
Sir 27, 33-28,9; Salm 102; Rom 14, 7-9; Mt 18, 21-35.
El perdón es una decisión nada sencilla para el ser humano; implica voluntad y consciencia como cualquier otra decisión en la vida. El perdón nos libera de sentimientos negativos y cuando se experimenta nos produce alivio e incluso una cierta sensación de integración a nivel personal, comunitario e incluso con el cosmos.
A lo largo de mi vida -y creo que en la de ustedes también- he sido testigo de personas a quienes se les ha dificultado perdonar y viven atrapadas en el rencor y el resentimiento de modo que se envuelven en dinámicas muy dolorosas que laceran sus relaciones interpersonales, lo que ocasiona que cada día más vivan en la amargura, la soledad y la tristeza. Tal vez nosotros hemos experimentado esas mismas dinámicas de una u otro forma.
En este sentido, es importante preguntarse ¿cuáles son las razones por las que algunas personas no deciden perdonar? ¿qué dificultad experimentan para hacerlo? Parece que se han olvidado de su relación con Dios y de lo misericordioso que él ha sido con nosotros. En la liturgia de este domingo XXIV del tiempo ordinario, la primera lectura tomada del libro del Sirácide (Eclesiástico) nos dice que “el rencor y la cólera son cosas abominables” lo cual el autor sagrado, Jesús Ben Sirá, aborda esta experiencia profunda del hombre que seguramente había observado en la vida común del pueblo de Israel. Si bien, consideramos que el rencor y la cólera producen cierto malestar en la persona, también creemos que el perdón es la respuesta liberadora.
Por consiguiente, la experiencia del rencor hacia el hermano también conlleva una desintegración o separación de la relación con Dios de ahí que la dificultad de perdonar se relacione con el olvido del perdón que hemos experimentado de parte de Dios. El autor bíblico dice: “si un hombre guarda rencor a otro, ¿le puede acaso pedir la salud del Señor?” en otras palabras, ¿puede pedirle perdón al Señor si no ha perdonado a su hermano? Si no tiene compasión “¿cómo pide perdón de sus pecados?”. El perdón entre los hermanos también refleja la experiencia del perdón de parte de Dios; la mezquindad del perdón hacia el hermano refleja la falta de acogida de la misericordia y perdón de Dios.
Ahora bien, en ocasiones le ponemos límite al perdón ya sea porque nos sentimos cansados de perdonar a alguien que constantemente falla o porque es algo que no se ha experimentado con toda profundidad. Nos cuenta san Mateo que Pedro le pregunta a Jesús “si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo?”, una pregunta matemática que espera una respuesta matemática pero antes de escuchar la respuesta de Jesús, él mismo se responde: “¿hasta siete veces? Es importante precisar que la respuesta de Pedro es de por sí generosa para el contexto del evangelio pues en el estándar rabínico se creía que Dios perdona tres pecados y castiga el cuarto (veáse Sermon writer comentary). Sin embargo, el Señor derriba la construcción generosa de Pedro y le responde matemáticamente hablando “no solo hasta siete, sino hasta setenta veces siete” lo cual significa “muchas veces” o “infinidad de veces”.
No es una invitación tan sencilla y en la que ocasiones ni siquiera quisiéramos considerar. En este sentido, podemos preguntarle al señor ¿cómo puedo perdonar a alguien que me ha lastimado profundamente? ¿cómo puedo olvidar las ofensas de alguien que recurrentemente me ofende al grado que me ha tomado la medida? ¿cómo olvidar el dolor y las heridas que me dejó tal acción? Sin embargo, el Señor no nos invita a olvidar sino a perdonar incluso a no calcular el perdón pues llevar la cuenta no es perdonar sino más bien registrar o comenzar una cuenta progresiva en el que nos cansaremos de perdonar. Jesús nos da una pista para alcanzarlo, nos pide estar atentos al regalo o don del perdón que tiene su origen en la experiencia del perdón y la Misericordia de Dios; por lo tanto, “setenta veces siete” es una cuenta celestial, una gracia divina.
Jesús cuenta “la parábola del siervo que no perdonó” para poner en evidencia cuál fácil podemos olvidar este don de Dios. Nos relata el evangelista que un rey tenía un siervo que le debía muchos millones, en otra traducción, diez mil talentos, lo cual implicaba una cantidad impagable; el siervo pide que se le perdone la deuda y el rey decidió perdonarla porque tuvo lástima. Sin embargo, el servidor tuvo una memoria corta de esta generosidad ya que se encontró a un compañero que le debía cien denarios -poco dinero- y le exigió violentamente que se le pagara la deuda; al no escucharle ni perdonarle la cuenta, lo metió a la cárcel.
Esto causó la indignación del rey quien lo llamó y le dijo: “siervo malvado. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”. Esta pregunta sigue vigente para nosotros de modo que debemos reflexionar si sabemos acoger o no el perdón de Dios o preguntarnos qué dificultad encontramos para abrirnos a esta experiencia y brindárselo a los demás sobre todo aquel que arrepentido de corazón se acerca a pedirnos perdón. El perdón no solo nos libra de los sentimientos negativos, ni restaura nuestras relaciones humanas, sino que nos permite acoger la experiencia del perdón de Dios y por lo tanto madurar en nuestra relación con él; incluso nos invita a parecernos a él.
Ya san Pablo en la carta a los Romanos le recuerda a esa comunidad cristiana y a nosotros que “somos del señor”. Vivimos en él, morimos en él y resucitamos en él. También podemos decir: perdonamos en él, por su amor y gracia, porque el señor es compasivo y es misericordioso; “no nos condena para siempre, ni nos guarda rencor perpetuo. No nos trata como merecen nuestras culpas ni nos paga según nuestros pecados”, cantaba también el salmista de la liturgia de hoy.
Hermanos las lecturas nos invitan a contemplar a Dios como la experiencia fundante del perdón para perdonar la ofensa de nuestro prójimo. Pidamos al Señor que podamos acoger su Misericordia y su perdón para compartirlo con los demás; pidamos su gracia para saber perdonar de modo que no le pongamos cálculos y límites al perdón porque el perdón de corazón, es decir, el verdadero amor no tiene límites.
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