Ciclo B
Homilía 04 de febrero de 2024
Job 7, 1-4. 6-7; Sal 146; 1 Cor 9, 16-19. 22-23; Mc 1, 29-39.
Manuel Hernández Rivera
“Para eso he venido”
Hace tiempo un amigo me compartía una frase contenida de mucha sabiduría: “quien no conoce su identidad no conoce su misión”. Esta frase suscita una pequeña revisión interior o una reflexión seria para quienes están en la construcción de un proyecto de vida. Saber quiénes somos y qué es lo que queremos ser y hacer no es una tarea sencilla. Por eso es importante conocer suficientemente nuestra cualidades, limitaciones, gustos y disgustos para proyectar nuestra vida de modo que también sea fecunda y contribuya de manera positiva a la sociedad.
Identidad y misión también me recuerda una película muy simpática que presenta la vida de un “niño genio” que está buscando lo que quiere ser de grande. Acostumbrado por hacer las preguntas de la vida o para profundizar en el conocimiento, un día se topa con una pregunta a la que no sabía dar respuesta: ¿tú qué quieres ser de grande? Y aquí comienza la trama de la película, la búsqueda de su misión. El niño, identificándose con grandes personajes del pasado que tuvieron un coeficiente intelectual como el suyo, y experimentando tantas posibilidades de profesiones a las que podía escoger por su CI, llega a una conclusión que inmediatamente comparte con sus papás: “aún no sé qué quiero ser de grande, pero he descubierto quién soy: un niño”. En esa aventura iba comprendiendo su historia, comportamientos y aptitudes; se iba conociendo como tal.
Tal vez, conocemos a algunas personas que viven su vida sin conocerse lo suficiente o sin haber trazado un proyecto de vida; también reconocemos que estas preguntas o estos trabajos personales llegan en diversas etapas, edades y circunstancias de la vida que nos hacen tomarnos la vida en serio. Esto conlleva un proceso que se va consolidando en el día a día, y aun cuando no se tenga claro, siempre hay una esperanza de que lograremos descubrirlo.
En este domingo V del tiempo ordinario y en el comienzo de un camino con el Señor en la liturgia dominical acompañados por san Marcos, el evangelista nos invita a contemplar a Jesús y el proyecto que dio horizonte a su vida: el Reino de Dios. Jesús les dice a sus discípulos después de curar a la suegra de Simón y a todos los que se les acercaban en la región de Cafarnaúm: “Vamos a los pueblos cercanos para predicar también allá el Evangelio, pues para eso he venido”.
San Marcos nos presenta a un Jesús que tiene clara su identidad y misión: ha venido a anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios y esto se traduce en la predicación y en el alivio del sufrimiento humano. Por lo tanto, la predicación se va confirmando con la acción sanadora de Jesús, en otras palabras, Jesús pasa del discurso a la práctica liberadora comprometido con los enfermos y oprimidos que necesitan recibir la Buena Nueva.
El evangelista relata que al salir de la sinagoga Jesús cura a la suegra de Simón y más tarde “le llevaron a todos los enfermos y poseídos del demonio, y todo el pueblo se apiñó junto a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios”. Este sumario, es decir, este resumen de la actividad evangelizadora de Jesús nos enseña también que las sanaciones se dan a todos los que se acercan a Jesús y al mismo tiempo, nos comparte tres actitudes para relacionarnos con los enfermos y oprimidos, como lo hizo Jesús con la suegra de Simón y a lo largo de todo el evangelio: “acercarse, entrar en contacto y levantarlos”.
Estas acciones reflejan no solo el deseo de aliviar la enfermedad sino una relación verdadera y desinteresada con el hermano. Acercase y entrar en contacto siempre es el modo de relación de Dios para con nosotros; del Dios que nunca se cansa de salir a nuestro encuentro persona a persona; y del Dios siempre dispuesto a levantarnos de nuestras enfermedades, fragilidades y situaciones de pecado. Este modo de proceder de Jesús fue atesorado por la comunidad marcana y las comunidades primitivas.
Sin embargo, ¿cómo llego Jesús a tener clara su identidad y misión? Esta pregunta tan atrevida también ha sido abordada por los estudiosos de teología. Al parecer la identidad y misión de Jesús es presentada por los evangelistas como un proceso que va descubriendo gradualmente en la medida que va fortaleciendo su identidad y su relación con el Padre que le ha enviado, en otras palabras, la relación con el Padre fortalece su identidad y lo despliega a la misión.
Esto es lo que san Marcos relata de una forma tan simple pero que no debe pasar por desapercibida. Después de “curar a muchos”, al amanecer, “cuando todavía estaba oscuro, se levantó y se fue a un lugar solitario, donde su puso a orar”. El Padre sostiene su identidad y misión a través de la oración; es quien lo motiva a levantarse muy de madrugada a pesar de haber tenido una jornada de trabajo muy pesada; es la relación profunda con el Padre desde la que interpreta su vida y su acción. ¡Antes de anunciar el evangelio y comprometernos con los menos favorecidos, hay que orar!
Ahora debemos preguntarnos, ¿tenemos un deseo profundo de relacionarnos con Dios en la oración? Al igual que Jesús que se levantaba de madrugad a pesar de jornadas de mucho trabajo, ¿procuramos espacios de oración? ¿creemos que en la oración podemos profundizar sobre nuestra identidad y misión? ¿este diálogo es común entre Dios y nosotros? A este respecto, la constitución pastoral de la Iglesia Gaudium et Spes nos afirma que: “Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (GS 22).
La oración que fortalecía la relación con el Padre y la predicación del Reino de Dios son el horizonte de la vida y el ministerio de Jesús. Él Señor también nos invita a acoger esa Buena Nueva del evangelio y hacerlo también nuestro horizonte de vida.
En la medida que oremos nuestra vida, profundizaremos en nuestra identidad y misión, es decir, nuestra vocación; asimismo confirmaremos la vocación y misión cristiana a la que todos somos llamados: el anuncio del Reino de Dios con el compromiso de dar alivio a los más necesitados; esto conlleva preguntarle a Dios nuestra misión específica: dónde y cómo hacerlo.
San Pablo, en la segunda lectura, acoge ese horizonte de vida y descubre que esa era su obligación al grado de decir: ¡hay de mí, si no anuncio el Evangelio! Sabe que no lo hace por iniciativa propia sino que se le ha confiado una misión. San Pablo tiene conciencia de una misión que le ha hecho “hacerse débil con los débiles para ganar a los débiles. Se ha hecho todo a todos, a fin de ganarlos a todos por el Evangelio”. Así como san Pablo, pidamos a Dios que nos ayude a tomar conciencia de nuestra misión específica y ponernos en marcha para anunciar el Reino de Dios.
Muy cierto, es importante recordar está misión de llevar a cuántos necesiten el mensaje de salvación, recordando que aún entre nosotros hay quienes oyen, pero no escuchan, y están con ese vacío en sus vidas, en un embrollo de dificultades, donde su lucha principal podría librarse entrando en conexión con el Padre.