Ciclo A.
Homilía 12 de noviembre de 2023
Sab 6, 12-16; Sal 62; 1 Tes 4, 13-18; Mt 25, 1-13.
Manuel Hernández Rivera
Ya viene el novio
Hay una frase atribuida a Séneca (IV a. C -65 d. C) que dice “la suerte es donde confluyen la preparación y la oportunidad”. ¡Cuánta verdad puede haber en esta expresión! pues una persona que se prepara y estudia, sabe reconocer las oportunidades que se presentan a su paso y avanza en su camino.
Sin embargo, conocemos a personas que no se preparan y pierden oportunidades importantes en sus vidas, por ejemplo, solicitantes de empleo que no llegan con el código de vestimenta correcto para una entrevista de trabajo, estudiantes que responden un examen sin haber estudiado, maestros que son evaluados en salones de clases sin haber preparado previamente las mismas, instituciones que reciben alguna inspección y no han cuidado los detalles importantes, entre otros; tal vez no solo las conozcamos sino que hemos sido nosotros mismos.
Por esta razón, es muy importante prepararse día a día en nuestras actividades cotidianas, trabajos y familias para aprovechar las oportunidades o afrontar adversidades en el futuro. ¡Esta es la Buena Noticia de la liturgia de este domingo!, prepararnos para la segunda venida de Cristo.
Leemos el capítulo 25 de san Mateo ya casi al final de este ciclo litúrgico y el evangelista nos presenta esta advertencia para los que hemos decidido seguir a Cristo: “estén pues preparados, porque no saben ni el día ni la hora”. Ya no se trata de una preparación para ser aceptado en un trabajo, aprobar un examen, seguir laborando en la docencia o evitar una multa sino se trata del momento en que, como dice san Pablo, “todo sea recapitulado en Cristo” (Ef 1, 10), reine para siempre y participemos de la eternidad.
El evangelista ilustra este momento con la parábola de las jóvenes descuidas y previsoras que participan en una boda. Nos dice san Mateo, “el reino de los cielos es semejante a aquellas jóvenes, que tomando sus lámparas, salieron al encuentro del esposo”. La parábola no se centra en estas doncellas sino con la celebración solmene de una boda, que desde nuestra lectura cristiana se refiere a las “bodas del cordero” (Ap 19, 9).
Una boda era uno de los grandes acontecimientos en el pueblo de Israel del tiempo de Jesús y el momento en el que la comunidad toma un respiro en medio del trabajo duro y monótono de la vida, los novios se convierten en el centro del pueblo durante varios días. Por lo tanto, es inmensa alegría, banquete y baile. Todo es fiesta.
Una de las partes importantes de la ceremonia es la procesión desde la casa de los padres de la novia hasta el nuevo hogar de la pareja. Mientras los novios van en procesión, su camino es iluminado por los invitados de la boda; a eso de refiere el evangelio sobre las lámparas que tomaron las diez jóvenes. En este contexto, las jóvenes están esperando al novio pues su llegada es el comienzo de una fiesta alegre.
Pero, “como el novio tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron”. En ocasiones la falta de amor, cansancio o perseverancia puede enfriar nuestros corazones y podemos comenzar a desesperarnos o dormirnos en el seguimiento de Cristo; incluso podemos dejar de esperarlo en nuestras vidas. Esta era la tensión que vivía la comunidad de san Mateo entre los que se desesperaban y los que esperaban ya la venida de Jesucristo.
No obstante, la comunidad cristiana nos invita a estar preparados porque de pronto, a medianoche, es decir, la hora en que bajamos la guardia y dormimos o en un momento de prueba o de vacío de Dios, se puede escuchar el grito “¡Ya viene el esposo! ¡salgan a su encuentro!”. Entonces nos daremos cuenta si fuimos como las jóvenes previsoras o descuidadas; si hemos esperado con el aceite de una fe firme, trabajado fielmente, utilizado sabiamente nuestros talentos, alimentado, visitado, consolado al que sufre o si el amor ya se ha enfriado, los talentos se han ocultado y se ha ignorado al prójimo necesitado.
Habrá un momento en el que se cerrará la puerta de la vida y no habrá tiempo para entrar ya a la fiesta. Ya no habrá tiempo para ir a comprar aceite y aunque las jóvenes previsoras parecen ser egoístas con las descuidadas por no compartir el aceite, el evangelista enfatiza que la preparación es personal e insustituible, esto es, hay cosas que no se trasfieren como la fe o la salvación.
Hermanos y hermanas, nuestra vida se ve limitada por la muerte y por lo tanto debemos preguntarnos ¿cómo quiero vivirla?, ¿cómo la estoy viviendo?, ¿me estoy preparando para la boda?
Es importante descubrirnos previsores o descuidados. La vida debe ser vivida con sabiduría y prudencia. Las jóvenes previsoras se caracterizan por eso. La primera lectura tomada del libro de la Sabiduría nos dice que “la sabiduría se deja encontrar por quienes la buscan” y “darle la primacía en los pensamientos es prudencia consumada”. La sabiduría que viene de Dios nos conduce al reino.
En la tradición cristiana el novio que llega para comenzar el gran banquete y la Sabiduría que sale a nuestro encuentro, es Cristo mismo; si morimos en él, “Dios nos llevará con él” nos dice san Pablo en la segunda lectura. Esta es la esperanza cristiana por la cual anhelamos el regreso del Señor y la cual nos invita a prepararnos y vivir la vida con sabiduría y prudencia para celebrar la gran Boda. Nuestra preparación no es para cualquier oportunidad y suerte como decía Séneca sino una certeza de vida eterna en la que seguimos esperando el momento en que se diga: ¡Ya viene el esposo! y todos, vivos y difuntos, celebremos en la eternidad. Que así sea.
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