Homilía XXVIII Domingo del tiempo ordinario
Domingo 15 de octubre. Ciclo A.
Isaías 25, 6-10a. Sal 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6. Sal 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6. Mateo 22, 1-14.
“Llevar el traje de fiesta”
Cuando celebramos algún acontecimiento importante solemos acompañarlo de alguna comida (o un banquete, como en el evangelio) que sería como una forma de expresar esa alegría que sentimos por lo que estamos celebrando. El ambiente festivo nos lleva a invitar a nuestros familiares, amigos, vecinos y conocidos y de esta manera poder compartir esa alegría que se esta viviendo en el momento.
Nos gusta festejar y sobre todo compartir con los demás, siempre somo generosos con nuestros invitados y nos preocupamos porque estén pasando un momento alegre y sobre todo que no les falte nada durante el festejo. Pasamos por sus lugares atendiéndolos, preguntándoles como se la están pasando, si necesitan algo más y, nunca falta que en el banquete o la fiesta aparezcan personas que quizás no fueron invitadas, pero no por eso van a dejar de ser atendidas.

Escuchamos el día de hoy en el evangelio como Jesús nos cuenta la parábola del banquete de bodas. Esta parábola nos invita de una forma muy especial a reflexionar sobre el amor y la misericordia de Dios que se extiende a todos, pero de manera especial en aquellos que con frecuencia son marginados, olvidados e incluso, hasta despreciados por la sociedad. En la parábola escuchamos como el rey invita a un banquete, que en primer momento parece que es un banquete especial por la boda de su hijo. Ya tenía a sus invitados y tal parece que no llegan al convite realizado, muchos ocupados quizás en sus negocios, a otros los fueron a buscar y atacaron a los soldados y ante la negativa de los invitados originales, el rey decide abrir las puertas de su banquete a todas las personas. Esta acción de los invitados es un gran reflejo de como muchas veces ponemos nuestras preocupaciones por encima del llamado que Dios nos hace cada día.
Al ver el rey que no tiene éxito hace extensiva su invitación a todas las personas, incluidos los bueno y los malos, llenando así el banquete con todo tipo de invitados de todas las clases sociales y modos de vidas diversos. Si nos ponemos analizar bien la situación vamos a ver que Dios actúa como este rey. Nos invita a todos a su salvación y depende de nosotros dar respuesta a ese llamado. No importa quienes seamos, lo que hayamos hecho o de donde seamos: Dios en su infinita misericordia nos invita a participar de su reino. Dios nos muestra el amor incondicional que nos tiene.
Sin embargo, aun con todo ese gran convite, encontramos una lección muy importante. Cuando el rey entra a ver a los invitados, se da cuenta que hay una persona, un hombre que no lleva el vestido de fiesta adecuado. Esto nos puede hacer pensar que, aunque todos estamos llamados a participar del reino, debemos de estar preparados adecuadamente para la fiesta. Si bien la invitación al reino es gratuita y abierta a todos, debemos de estar dispuestos a vestirnos adecuadamente para participar de este gran banquete. Ese vestido de fiesta representa esa disposición para vivir según los principios del Evangelio y sobre todo aceptar ser transformados por la gracias de Dios.
La parábola termina con un proverbio muy importante “muchos son los llamados y pocos los escogidos”. Los llamados responden, pero siempre anteponiendo sus intereses y la mayoría de las veces ignorando y rechazando la invitación que Dios nos hace cada día de ser mejores personas. Los escogidos, que en su mayoría son esas personas que están en los caminos esperando a que alguien los socorra, también tienen que saber llevar con dignidad su vocación.

Por eso en la segunda lectura, san Pablo nos habla de la solidaridad. La solidaridad se concreta en pasar de ser invitados a ser quienes inviten. De ser cristianos anunciadores, criados y siervos de tal rey, de salir a los lugares marginados para ayudar y animar a quienes, ya portando el traje adecuado para el banquete, entren y formen parte de ese banquete divino, donde sientan el amor y la misericordia que Dios nos tiene, nos invita a ser misioneros en el mundo, que busquemos a todos los que aun no han sido invitado a participar de este banquete.
La parábola que escuchamos el día de hoy nos invita a considerar si estamos respondiendo a la invitación de Dios a su banquete de amor y misericordia. ¿Verdaderamente estamos permitiendo que el Señor entre en nuestras vidas y nos transforme? ¿estamos dispuesto a compartir su amor y misericordia con los demás, especialmente con aquellos que muchas veces son marginados o excluidos?
La invitación al reino de los cielos es un gran regalo que nos ofrece Dios, pero también implica una respuesta activa de nuestra parte. Debemos de usar el vestido de la justicia, la compasión y la humildad y sobre todo estar dispuestos a compartir el amor y misericordia que Dios con todos los que encontramos en el camino cuando salimos hacer la invitación a el banquete celestial. Que lo que escuchamos este día nos ayude a atender el llamado de Dios a su banquete y llevar la invitación a todos aquellos que necesitan conocer su infinito amor. Que Dios los bendiga.